Hay días tan pequeños, hay días dolorosos, hay días que te marcan el pecho, la cara, los brazos, es que hay días que nacen de sangre y son punzantes como un alfiler pequeñito con capacidad de atravesarte el corazón. Hay días en que las pesadillas se apoderan del sueño, hay días en que las pesadillas son mejores que los días y hay noches tan largas que duran vidas. Resucitar de las cenizas como el fénix no es tan fácil, hay días en que revivir significa arrancar pedazos de tu ser, nadar hacia lo profundo y ahogarse, asfixiarse dentro del recuerdo, encerrarse hasta el alba y amanecer mojado por el rocío de los ojos. Hay días que no deberían ser pero son, hay días que se viven y se recuerdan en cámara lenta, se quedan en la cabeza como en una fotografía pero se sienten en el alma como cadena perpetua. Hay días sin sol, sin agua, sin manecillas. Hay días que silenciosamente te atormentan y peor aún hay días que te gritan al oído atrocidades del ayer. Hay días sin lápices (y no escribir es estar sin mí). Hay días que han perdido su número en el calendario como yo he perdido el apellido. Hay días de perderlo todo, todo y nada, nada queda en el crepúsculo que te anuncia otro desvelo, otro fantasma. Hay días y días que se suman, se multiplican, se reproducen y como cosa loca del destino vuelves a repetirlos. Hay días tan pequeños como yo. Hay días en que el golpe se equivoca y roza la otra mejilla. Hay días de ojos secos y marchitos. Hay días decepcionantes, lentos. Hay días que te penetran pero te dejan vacía. Hay días viejos a punto de morir. Hay días que nacen para ser escritos y a estos días los he llamado Octubre.
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